La bruja holandesa y el tercio maldito (Parte I)

A todo aquel que pasa por la ciudad de Oudewater, en Utrecht (Países Bajos) le llama atención una curiosa atracción turística: la casa de pesaje de la ciudad en la que se encuentra nada más y nada menos que una báscula en la que se pesaba a aquellas personas sospechosas de tratar con la brujería. La cosa era sencilla: dado que las brujas no pesaban nada (¿cómo si no iban a hacer para volar?) pesarlas era, supuestamente, un buen método para detectarlas.

Por supuesto nadie fue procesado amparándose en semejante prueba; de hecho la ciudad se jacta de que su casa de pesaje jamás participó en las farsas de los procesos por brujería; de hecho uno de los materiales audiovisuales de la casa menciona expresamente el  libro De Betoverde Weereld (El mundo encantado), escrito en 1691 por el reverendo Balthasar Bekker con la intención de cuestionar la brujería; de hecho el citado libro mencionada a la citada ciudad como un verdadero ejemplo de escepticismo frente a otras que sí llegaron a condenar a alguna inocente tenida por bruja.

Oudewater (foto: Wikipedia. Autor: Michiel 1972)

Evidentemente la Academia a la que representamos, si bien condena la psicosis debida a las cazas de brujas, sabe que, con vistas a evitar un recrudecimiento de los procesos injustos, aquellos que sí tuvieron que ver con hechizos, magia y encantamientos fueron oportunamente suprimidos  o convertidos en  irracional leyenda.

El lector ya habrá adivinado que la mención a la ciudad y al libro del reverendo no es casual, así que no nos andaremos por las ramas. En realidad sí que tuvo lugar un episodio relacionado con oscuras artes cerca de la ciudad, pero el reverendo Bekker no pudo recogerlo pues  todo sucedió en la época en la que el hermano de Napoleón, llamado Luís, llevó las riendas del reino de Holanda.

Corría el otoño de 1811 y el emperador francés visitaba Holanda. Aunque se dice que Napoleón fue apreciado por aquellos lares lo cierto es que sumió al reino en una grave crisis debido a las restricciones que impuso al comercio del reino con Inglaterra. Así pues no le faltaban detractores, algunos de los cuales conocían las viejas tradiciones mágicas.

Sabemos de ellos principalmente por una pequeña mención en los manuscritos que el ocultista francés  Alphonse Louis Constant, más conocido por Eliphas Lévi, usaría para su  Historia de la magia, publicada en 1859. Estos manuscritos, ya saben, están en posesión de la Academia  aunque dado su triste estado de deterioro no es posible mostrarlos al público.

La mención al caso de Oudewater, sin embargo, no aparece en la edición impresa del libro de Constant. Dada la admiración del autor por Napoleón, del que dice “está destinado a retornar en la persona de quien realice su espíritu” (Historia de la magia, editorial KIER, Buenos Aires, 1978 pág. 319) suponemos que debía sentirse bastante incómodo a la hora de incluir el episodio definitivamente.

¿Qué pensaría de un suceso en el que su admirado emperador quedó aterrorizado por un enemigo que creía extinguido?

Napoleón, como decimos, visitaba Holanda para limpiar su imagen y, de paso, interesarse por la industria local. De hecho pasaría por Oudewater con el fin de conocer sus famosas cuerdas. Puede parecer un chiste, pero recordemos que por la época una buena cuerda era preciadísima para un barco de la armada. La visita sería importante pero corta, apenas unas horas.

Tiempo suficiente para dar el emperador un susto de muerte.

Según los manuscritos de Constant una mujer llamada Myrthe (no consta apellido), pretendida descenciente de alguna de las reales brujas refugiadas en Oudewater, habría tramado un complot para frustrar la visita de Napoleón. Ese plan pasaba por  usar las artes de sus antepasadas. Pero no estaríamos hablando – o Constant así lo afirma- de un encantamiento, de una poción o de una invocación a un demonio. Recordemos que Napoleón no parecía tener miedo a nada y que hasta fue capaz de pasar la noche en la pavorosa cámara del rey de la pirámide de Keops.

Myrthe pensó que el gran emperador, que el gran soldado, sólo sentiría miedo si se enfrentaba a un enemigo que, aparte de aterrorizarle, pusiera en jaque su capacidad estratégica. Así pues con sus heredadas artes ocultas convocó a aquellos que en su día conquistaron el pueblo, convocó a los soldados del Tercio que tomó Oudewater allá por 1575.

Poca mención más se hace en el manuscrito de Constant y poca cosa puede más puede encontrarse sobre el paso de Napoleón en las crónicas. Un único dato nos ha llamado la atención: que la emperatriz María Luisa pasase de largo con su carruaje por Oudewater.  ¿Sería posible que alguien de su séquito fuese informado sobre algún fenómeno que hiciese poco recomendable la visita a la ciudad?

El caso es que la visita a la ciudad es totalmente recomendable: es una ciudad pequeña, tranquila, típicamente holandesa, con sus casas de ladrillo de una arquitectura típica de tejados a dos aguas, fachadas escalonadas y grandes ventanales, con sus terrazas frente a un canal; pero ninguna información sobre el caso sobre el que tratas de conocer más. Así pues, sólo te queda comprar algo típico para amigos y compañeros. Por ejemplo, y siguiendo con la broma, una botella de licor con forma de bruja que venden en una coqueta tienda llamada “Hocus Pocus”.

La conversación que te puedes esperar es la típica. Amable dependienta que te pregunta de dónde vienes, con tu alemán macarrónico respondes que de España, te responden con una mención a los Tercios, respondes que la conoces y, con sorna, dices que tanto la de los vivos como la de los muertos.

Lo que no es muy típico es que la dependienta mire a ambos lados, se asegure de que no hay nadie y te pregunte si conoces a la abuela Myrthe.

Afortunadamente llevaba las botellas en una cestilla, si no hubiese tenido que pagar la limpieza del suelo. Le pregunté si realmente ella descendiente de la bruja, a lo que la dependienta, Jetta se llamaba, me guiñó un ojo. Me citó en una heladería cercana a la tienda cuando acabara su turno.

Sentado en un banco esperaba a Jetta con un helado clásico de chocolate en la mano. Ella llegó con una caja en la mano, me sonrió, fue a la heladería y al cabo de unos minutos salió con una tarrina de sorbete de limón.

Sentada conmigo en el banco me preguntó  en inglés -¡bendita lengua franca!- cómo era que sabía la historia de Myrthe. Por supuesto, no le conté que pertenecía a la Academia. En todo caso le dije que me documenté antes del viaje a la ciudad. Dudo que me creyese, pero continuó: se disculpó por llegar un poco tarde pues antes de acudir a la cita había pasado por casa para enseñarme algo que había dentro de la caja. La abrió cuidadosamente y me enseñó un rollo de película.

-¿Conoce la película Häxan?

¿Cómo no la iba a conocer? Para aquel que haya llegado al blog de la Academia sin tener conocimientos previos recordaré que se trata de una película muda sueca de 1922 en la que se cuenta, a modo de documental, la historia de la brujería. Ahora se puede encontrar muy fácilmente en Youtube.

    • – Lo que aquí tiene es una parte rodada pero no incluida en la proyección que trata del caso de la abuela Myrthe. La película es frágil, pero tengo una copia digitalizada e hice imprimir un par de fotogramas que le interesarán.

Las fotos estaban debajo de la lata de la película. En tonos sepia se vía una escena en la que un actor caracterizado como el emperador francés que, desafiante y con los ojos desmesuradamente abiertos miraba a lo que parecían unos cadavéricos soldados españoles del siglo XVI, con morriones, petos, chambergos, espadas…

-Siento decir esto, y más pasando un rato tan agradable, pero ¿esto es real?- dije.

-Le invito a ver la copia digitalizada a mi casa y a inspeccionar debidamente y, si quiere, la película original – dijo dando unos toquecitos a la lata -. Pero con una condición: usted trae algo para comer.

(Continuará…)

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