Klingsor anduvo suelto por Madrid (II)

Retomamos la acción que en su momento comentamos sobre las andanzas y la invocación del infausto mago Klingsor por el Madrid de 1914. Recordemos que este relato nos fue contado por Jesús Aragón y Soldado, y que a su vez, este le fue contado por Don Emilio Carrere.

Las cotas de fantasía o exageración se las dejamos al juicio del lector.

Como ya dijimos durante la primera representación del Parsifal de Wagner en el Teatro Real de Madrid  el 1 de enero de 1914 pasó algo inusual: de alguna manera la música del compositor alemán se hizo magia e invocó a uno de los personajes más oscuros del mundo de la ópera. Entre bambalinas fueron testigos de tal hecho los escritores Don Emilio Carrere y Don Ciro Bayo. Ciro Bayo, viajero incansable y conocedor de otras culturas, parecía conocer qué era aquella sombra que se filtraba por las grietas de las paredes del teatro. Rápidamente tomó de la manga a Emilio y salieron a la calle, al tenuemente iluminado y bruscamente frío Madrid de primeros de año.

Emilio Carrere asegura que fue testigo de una imagen  pavorosa, la de una siniestra sombra, un terrorífico manto de desoladora negritud flotando por entre las farolas de gas. Los dos escritores, corrían tras ella haciendo ondear sus capas. Aquel prodigio, si es que se le podía llamar así, parecía sacado de la mente del mismísimo Edgar Alan Poe.

Por aquella época Madrid era un laberinto mayor del que es ahora, así que la sombra no tardó en dar esquinazo a sus perseguidores. Se hallaban Emilio y Ciro en un cruce cuando un terrible grito, un alarido de muerte, sonó. Corrieron pues en su dirección y hallaron aquella terrible sombra sobre el cuerpo inerte de una pobre cerillera. Parecía la pobre congelada, helada en un último estertor. Aquella visión sacó de quicio al Sr. Bayo que rápidamente abrió su bastón desvelado un brillante estoque.

Madrid, 1914
Madrid en 1914, sacado de la web del Instituto Geográfico Nacional

De un salto se abalanzó contra la terrible figura, incluso llegó a hundirle parte de su filo; sin embargo aquella malignidad rechazó violentamente el ataque lanzando a Don Ciro contra una pared. Carrere acudió a su amigo mientras la sombra consumía a la pobre cerillera sin dejar rastro.

– Ciro-dijo Carrere-esto es mucho para nosotros; y más para ti, que aunque fueses carlista, ya estás viejo.

-¿Y tú vas a dejar que una cosa invocada por un director de orquesta vaya matando gente por ahí?

-No, hombre. Pero digo yo que habrá gente que sepa de esto más que nosotros, que sólo sabemos dar sablazos.

Mientras iban mirando por otras calles discutían qué tipo de especialista podría ocuparse del asunto. Un sacerdote no, porque aquello no era un demonio propiamente dicho; una médium tampoco, porque aquello no era el espíritu de un muerto; y los únicos magos que conocían eran los que adivinaban cartas en los espectáculos de varietés. Tras un par de minutos pensando, Carrere se retorció la punta de uno de sus bigotes, se detuvo y exclamó.

-¡Leche! ¡Rafael!

-¿El pintor italiano?-Preguntó Bayo mientras se asomaba a una callejuela estoque en mano.

-¡Qué va! Yo me refiero a Cansinos, que traduce alemán y digo yo que tendrá que saber algo de mitología germana.

A regañadientes Don Ciro aceptó ir hasta la casa a de don Rafael Cansinos Assens. Este les recibió, sorprendido.

-A estas horas os hacía en la ópera-dijo el traductor.

-Tú calla, que no sabes qué nos ha pasado.

Para crispación de don Ciro, don Emilio procedió a explicar con todo lujo de detalles la aventura a don Rafael.

Rafael Cansinos Assens
Rafael Cansinos Assens

-¿Habéis avisado la policía?-dijo el traductor.

-¿Y qué le vamos a decir? ¿”Mire usted, comisario, es que nos habíamos colado de gorra en la ópera, alguien invocó a un brujo y este se cargó a una chiquilla de la que no queda ni rastro”?-Respondió don Ciro.

-Ya, sí. Eso es cierto; pero Ciro, ¿tú no conocías el libreto? Si tan seguro tenías que era Klingsor podrías haber intentado lo mismo que en la obra.

Carrere miró a Rafael y después a don Ciro.

-Parsifal hace la señal de la cruz y el castillo se desmorona sobre Klingsor-aclaró el aventurero.

-¿Y no lo hiciste así?-Inquirió el traductor.

-Sí – respondió Carrere-con nocturnidad, alevosía, en el aire, y con un estoque toledano.

-Vamos a ver-aclaró Don Ciro-en el libreto no pone que Klingsor muriera necesariamente. Además, si la cosa iba a suceder como la obra igual se nos derrumbaba encima media calle. ¿Nos puedes ayudar o no? Más que nada porque igual ahora mismo esa cosa está matando otra pobre persona.

-Deja que mire  unos legajos.

Sin duda acostumbrado a trabajar con urgencia, Don Rafael se movía entre sus papeles con una velocidad que hubiese asombrado al mismísimo Mercurio. Al cabo de unos minutos se paró a medio camino de la estantería.

-¿A qué puede temer el mago más poderoso?

-Ya te digo yo que a un par de escritores españoles no-dijo Carrere.

-A un Dios-don Rafael dijo para sus adentros mientras se dirigía a una carpeta-. Hace tiempo me encargaron traducir un texto precisamente en alemán… ¡aquí está! Es una leyenda de hace siglos que cuenta algo sobre la espada del Dios Hermano de la guerra, Tyr.

-No sé si vamos a tener tiempo de buscar una reliquia germánica-dijo Don Ciro.

-Pues igual no tenemos que buscarla. Según este texto la espada fue encontrada por el duque de Alba y gracias a ella se ganó la batalla de Mühlberg. De hecho, esa traducción me la encargó la propia casa de Alba.

-Pues nada-dijo Carrere- ¡Al palacio de Liria!

(Continuará…)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *