El mochilero Munchausen encuentra la cima más alta del mundo

Nos alegra contar que el mochilero Munchausen, a quien creíamos desaparecido, finalmente ha decidido contactar con nosotros, aunque parece que también se ha tomado su tiempo en mandar su correo. Esta es su crónica sobre su encuentro (que no subida) a la cima más alta del mundo

“Tras muchos meses sin escribir me siento delante de un plato de niangao (un dulce típico del año nuevo chino) y rememoro algunos sucesos de los que ya iré dando cuenta a su debido tiempo y cuando, perdónenme, la conexión sea medianamente decente.

Cerca de mí la gente celebra el Año Nuevo pero yo tengo tiempo ni para petardos, ni para fiestas, ni para dragones. Haría algún tipo de introducción, pero déjenme que les cuente.

Tras mi periplo por tierras nepalíes decidí que llegaba el momento de pasar la frontera y aventurarme por la gigantesca y, aunque digan lo contrario, poco explorada China.

Quizá me dio un ataque sentimental, quizá la sangre de mi antepasado el barón comenzó a correr por mis venas de manera acelerada, pero se me antojó cruzar la frontera entre Nepal y China por el mismísimo Everest.

Mi intención era subir por aquí
Mi intención era subir por aquí

Así se lo hice saber a la gente que me atendió en el campamento base del lado nepalí de la montaña. Me miraron con un escepticismo que en su momento achaqué a que me veían viejo para iniciar esa aventura. Les conté como pude que no podían hacer eso a alguien que había visto lo que yo, que me he enfrentado a demonios, que recogí agua de un río invisible y que vi la verdadera Shangri-La.

Ante mi airado comportamiento, un sherpa me tranquilizó en un alemán aceptable.

-Las noticias van más deprisa que los viajeros. Por supuesto sabemos lo que hizo usted y hasta aquí nos ha llegado. Pero, tras todas sus hazañas, ¿no es un poco triste dejar este país atravesando ese monte?

Me sentí completamente desconcertado. ¿Por ese monte? ¿Cómo se atrevía a llamar “monte” a la cima del mundo? Al desconcierto le siguió la perplejidad.

-Le voy a decir algo que no sabe nadie. Y se lo digo con total libertad porque sé que cuando lo cuente nadie le creerá: el Everest, como lo llaman ustedes, no es la montaña más alta del mundo.

Respondí que eso no se me escapaba y de sobra sabía que el Manua Kea, en parte sumergido en el Pacífico, es técnicamente la montaña más alta del mundo; pero el sherpa sonrió.

-Prepárese para un nuevo viaje y verá la verdad.

Al día siguiente abandonamos el campo base vía vuelo desde Lukla de vuelta a Katmandú. Allí mi guía, que en ningún momento me habló de precios, se escabulló. Al cabo de un rato volvía con dos compañeros sonrientes.

-Saldremos en un par de horas. Mientras tanto sería buena idea comer.

Siempre creí en la comida como un acto social. Mientras comes con alguien se crea un vínculo, aunque sólo sea porque es raro masticar y quedarse mirando al aire con gente delante. Pero en aquel almuerzo a base de aloo tama y momos nadie habló. Quise intentarlo varias veces, pero no hubo manera. Y eso aunque se sirvió un poco de raksi, que ya se sabe que cualquier bebida alcohólica crea comunidad.

Tras el poco comunicativo ágape nos subimos a una furgoneta… y empecé a sentir cierto sopor. Me quedé dormido.

Katmandú
Katmandú

Por lo visto fueron bastantes horas. Me desperté con la boca seca y dolor de cabeza. Pensé si aquellos guías no me habían sedado durante la comida, maldije mi inocencia a mi edad y me supuse secuestrado. Palpé mis pertenencias y todavía seguían ahí… incluso metí la mano disimuladamente en mi mochila y descubrí que el kukri de mi anterior aventura seguía ahí.

Abrí los ojos. Estaba solo en la furgoneta. Mis guías estaban fuera, mirando al frente. Salí del vehículo y saludé, pero ellos no me dijeron nada.

Por supuesto… ¿Qué me iban a responder cuando estaban admirando la montaña más grande del mundo? Era abrupta, blanca y su cima se perdía entre las nubes. Parecía que en cualquier momento se iba a doblar para echarse encima de nosotros.

-Aquí está, Dēvatā kō ghara.

O eso era, al menos, lo que me pareció entender. Creo que en nepalí vendría a significar “El hogar de Dios”.

-Muy bien –respondí-, perdone mi escepticismo pero, ¿cómo sé que esta venerada montaña es más alta que el Everest?

-Lo sabe y no hace falta que investigue más. La montaña se lo está diciendo.

Sí era cierto que aquella mole provocaba un raro sentimiento en el que se mezclaban pavor, admiración y fascinación. Era un lugar de una terrorífica belleza que provocaba esa sensación que oprime el pecho al ver desde abajo un edificio alto, pero multiplicado por miles de veces. De hecho, aunque su cima estaba cubierta por nubes, no pude aguantar mucho la mirada.

-¿Cuándo iniciaremos el ascenso? – pregunté.

Los guías se giraron hacia mí, entre incrédulos y nerviosos. Uno de ellos lanzó una piedra a la ladera. Creó en el aire una especie de ondas semejantes a las que se forman cuando algo se lanza al agua, a continuación se desintegró con un destello verde.

Esto ni se acerca a lo que ocurrió
Esto ni se acerca a lo que ocurrió

-El Dēvatā kō ghara no se escala, no se sube. Está prohibido. Si un humano sube muere al instante. ¡Imagínese qué hubiera pasado si Edmund Hillary hubiera subido esta cima!

Me lo imaginé: todo lleno de autoridades de la Commonwealth entrometiéndose y tratando de entender la magia del lugar, arrebatándoselo a la gente. Si esa era la montaña más alta del mundo hicieron bien en engañar a la gente mostrando como el hito geográfico al Everest.

-¿Cómo ha…?

Creía que el espectáculo terminaba con la piedra y el destello verde. Pero no era así: el destello creció hasta tener el tamaño de una pelota de baloncesto, varias ramificaciones, como rayos, salieron de él en todas direcciones, iluminando aquella tarde próxima al ocaso. El aire temblaba y ese temblor producía un sonido grave que en un momento se me antojó una lengua antigua. Los rayos se estabilizaron, abrazando lo que veíamos de la montaña. Más que rayos parecían  ramas retorcidas de un árbol de luz.

Mis pensamientos dieron un respingo: ¡aquello parecía una gigantesca zarza ardiendo!

Mi pelo y mi barba se erizaron, tanto de miedo como por la electricidad que había en el aire. El sonido cada vez se hacía más ensordecedor, aunque se podían distinguir diferentes modulaciones, de verdad, como si fueran palabras de un idioma desconocido.

Algo se apoderó de mí, sentí un impulso y una curiosidad desatados. Empecé a correr hacia la ladera, pero noté un golpe en la cabeza y todo desapareció.

Volví a despertar con dolor de cabeza y sequedad de boca. Pero estaba en la casa de Katmandú en la que había comido con mis guías. De hecho la mesa seguía puesta, sin embargo no había nadie en  la casa.  Al salir pregunté a la primera persona que encontré qué día era y si  sabía algo de quien poseía la casa. Había transcurrido un día y la casa llevaba abandonada bastantes años.

Sigo delante de mi plato típico del año nuevo. Pasé a China por donde quise, cruzando el Everest, pero no me importaba. Mis pensamientos seguían en aquella otra montaña.

Soy consciente de que no me creerán. ¿Quién iba a hacerlo?, ¿de verdad existió aquella montaña o fue un sueño?, ¿por qué no aparece en ningún mapa ni en ninguna imagen por satélite?, ¿algún otro viajero occidental había visto lo que yo pero no se atreve a decirlo?, ¿quizá ese otro viajero  no pudo ser contenido por sus guías  y acabó desintegrado?”

 

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