En el artículo anterior habíamos dejado a uno de nuestros académicos a punto de ir a cenar a casa de una recién conocida para aclarar un misterioso asunto en el que se cruzan un Tercio de Flandes, una bruja, Napoleón y una película muda (puede leerse aquí). Ahora continuamos.
Me pasó una tarjeta con su dirección y la hora del encuentro. Me disculpé y me levanté de mi asiento porque quedaba poco para la hora de cierre de la mayoría de establecimientos que podían servir algo para cenar. Letta sonrió una vez más mientras llamaba por el móvil a un amigo especialista en el peritaje de películas antiguas para que me diese alguna lección rápida.
A las 19:00 –algo tarde para cenar por aquellos lares- llamaba a la puerta de Letta. Llevaba conmigo una cesta con bitterballen (parecidas a las croquetas), patatas con mayonesa, queso gouda, algo que parecía una ración de arenques, varios pannekoeken y una botella de un licor parecido a las natillas que aquí llaman “advocaat”. Sí… una cena sofisticada.
La casa de Letta podría ser perfectamente la de uno de nosotros: muebles de esos que te lleva un fin de semana entero montar, fotografías familiares, varias librerías, algunos recuerdos. Daba la impresión de que pese a ser descendiente de una residente de la ciudad se había instalado hacía poco tiempo en ella. Recogió las vituallas que llevé y me indicó una mesa sobre la que se hallaba la lata de la película y una lupa.
-Por favor, puede examinarla si quiere- dijo ella.
Me faltó tiempo para sentarme a la mesa, agarrar la lupa, sacar los apuntes que había tomado del correo que me envió nuestro perito con la información básica y ponerme a comparar lo que veía con lo que tenía escrito.
La perforación de la película era redondeada y no rectangular, así que podía tratarse de un formato anterior a 1925, hasta ahí bien porque Häxan era de 1922. No se apreciaba sombra alguna alrededor de esas perforaciones, por lo que esa película era una copia única o la primera de sucesivas copias. A esto se añadía que en ciertas partes se apreciaba una sombra en la película formada –o eso me había escrito el perito- por la acetona usada para empalmar los diversos rollos filmados. Según estos tres indicadores se trataba de una película original, no de una copia, creada a partir del empalme de varios rollos positivados. Es decir, que en teoría estaba ante una especie de máster descartado antes incluso de que se hiciera la primera copia de Häxam. Las manos me temblaban.
-La película es muy frágil- me dijo Letta, sentada a mi lado –. Creo que deberíamos guardarla de nuevo.
Asentí, esperando que lo que había subrayado en mis notas fuese recordatorio suficiente de lo que había visto.
-¿Y ahora toca ver la película digitalizada?- dije sin lograr ocultar mi paciencia.
-Primero cenemos algo, que me muero de hambre – dijo Letta, dándole un mordisco a un bitterbal.
La cena transcurrió rápida y muy grata. Letta me contó un poco de su historia, cómo había abandonado Oudewater hacía unos años para volver hacía pocos meses en un rapto de nostalgia. Esa nostalgia le había llevado a investigar en sus orígenes y, tirando del hilo, había descubierto la historia de la “abuela Myrthe”. Ella también había leído el libro de Bekker, pero si yo había llegado a la historia del Tercio encantado vía manuscrito de Constant ella lo había hecho gracias a los diarios de una familiar que también consiguió que Benjamin Christensen no incluyese en el metraje la famosa escena cuya cinta volvía a estar guardada en una caja dentro de un armario.
– Lo que no sé es si mi pariente contrató a un abogado o a un diablo para que convenciese al director de que no era conveniente manchar el nombre de nuestra familia.
Me preguntó cómo había llegado hasta la historia y le conté la verdad, aunque le dije que la mención de Constant estaba en una rarísima primera edición que se podía encontrar en la biblioteca Hagrett de la Universidad de Georgia (siento un poco de cargo de conciencia por mentirle, pero ya se sabe que el fondo de la Academia “no existe”).
Tras la conversación me invitó a sentarme en el sofá, sirvió un par de copas de advoocat y puso un DVD. La pantalla se iluminó con una escena ambientada en un bosquecillo neblinoso, por la derecha aparecía un apuesto actor disfrazado a la manera de Napoleón, con gesto altivo y, ¡cómo no!, mano derecha en el bolsillo de su uniforme. Le acompañan dos oficiales de uniforme. El plano cambió a un interior de una casa en la que una adolescente abría un viejo libro escrito con caracteres extraños. La chica parecía leer algo en alto. La escena volvía a cambiar a Napoleón paseando, que volvía la cabeza a los lados como escuchando algo. Volvimos a la casa, esta vez a un plano corto de la boca de la chica diciendo algo. De nuevo fuimos al bosque, donde unas sombras se adivinan entre la niebla. Las sombras parecen llevar morriones, espadas y picas. Volvimos a la casa, esta vez a un plano corto de la chica poniendo los ojos en blanco. Otra vez en el bosque, Napoleón desenvaina un sable y se enfrenta a los fantasmas, les da varios cortes, pero no se paran. Varios de ellos rodean a los oficiales y los atraviesan con sus armas. Napoleón huye despavorido pasando por delante de la cámara. El soldado español que le persigue, demacrado, con la ropa hecha jirones pero con una espada refulgente, se acerca con los ojos muy abiertos se acerca a la cámara.
Y ahí fue donde me quedé dormido. De hecho soñé que yo mismo era ese soldado del Tercio. En el sueño, tras acabar con los oficiales de Napoleón nuestro maestre nos ordenaba no seguir al emperador. Sin palabras, sólo con una mirada oscura y penetrante. Una vez guardadas las armas nos indicaba caminar entre la bruma hasta una casa del pueblo. Nos colocamos frente a la puerta y el maestre llamó. Al cabo de unos seguntos la puerta se abría y una joven, muy parecida, casi igual a Letta, nos sonreía.
-Sois libres, volved a casa.
Y cerró la puerta. El maestre, con su oscura mirada, nos ordenó formar. Yo, en ese momento, sabía qué quería hacer: volver a casa siguiendo el camino español a la inversa. Después de siglos volvíamos a la patria. En silencio y sólo Dios sabía por cuánto tiempo.
Desperté, pero lo hice en la habitación de mi hotel. Amanecía y el teléfono sonaba. Era una compañera de la Academia.
– ¡Han desaparecido!
Yo estaba aturdido por el sueño. Pregunté qué había desaparecido.
-¡Las notas manuscritas de Alphonse Louis Constant! ¡Las que estuviste consultando el otro día! ¡No las encuentro por parte alguna! ¿Sabes que precisamente he soñado que se las llevaban?
Me quedé sin respiración. Se supone que la biblioteca de la Academia está dispersa entre los hogares de los bibliotecarios para evitar miradas indiscretas… e incluso robos. Poco a poco me hacía una composición de lugar. Pedí que describiese al ladrón.
– Soñé que se las llevaba una bruja… una bruja joven, rubia. Me levantaba, iba al despacho y la veía revolver entre los documentos. No sé qué significará, pero llevaba una lata de película bajo el brazo.
Comencé a toser y me senté en la esquina de la cama. Busqué el cuaderno donde había apuntado el resultado del peritaje de la película. Las hojas donde escribí los resultados no estaban. Ni siquiera parecía que se hubiesen arrancado. Sencillamente era como… si no hubieran existido.
Bajé corriendo a la casa de Jetta. Llamé varias veces al timbre del portero automático. Me respondió una profunda y cabreada voz en holandés. Pregunté por Jetta en inglés. La comunicación se cortó con un chasquido y un señor con un profuso bigote y en bata apareció en la ventana, supongo que llamándome “borracho” o algo por el estilo.
Corriendo me acerqué a la tienda “Hocus Pocus”, pero estaba cerrada. Hice tiempo en una cafetería cercana llamando a Madrid. Por supuesto la dirección de la Academia estaba enfadada y preocupada por la desaparición del manuscrito de Constant. Me preguntaban si había hablado a alguien de esas notas. Les conté todo lo que me había ocurrido. Lo bueno de la Academia es que está tan acostumbrada a casos extraños que nada les suena raro.
Les dije que lamentaba lo que había ocurrido, pero sabía por dónde empezar la búsqueda de los manuscritos. Pregunté si alguien sabía algo sobre algún encuentro o avistamiento de soldados españoles espectrales en la ruta del antiguo Camino Español. Me dijeron que uno de los integrantes de la Academia conocía a alguien que recientemente había hecho el Camino en bicicleta y que le preguntaría.
Colgué y esperé un rato a que abriera la tienda. Entré y pregunté por Letta. La dependienta me dijo que nadie llamado así había trabajado en el establecimiento, pero sí recordaba que el día anterior yo me había llevado varias botellas de licor en forma de bruja y que había estado mirando muy interesado el mostrador de dulces. Justo el lugar donde Letta me atendió.
Un poco abatido abandoné la tienda y vagué sin rumbo. Cuando estaba a punto de cruzar la puerta del hotel. Volvió a sonar el teléfono. Era uno de los documentalistas de la Academia con los que tenía más confianza.
– No te puedes imaginar lo que vio el ciclista en de la Sacra di San Michele. Ríete de la Santa Compaña…
“Y todo esto sólo por dar un susto a Napoleón”, pensé.