El misterio de las campanadas de nochevieja de 1972-1973

Digamos que este es un misterio menory que, por lo tanto, los académicos no lo hemos difundido con toda la exhaustividad que merece pues otros asuntos de mayor calado han ocupado nuestras horas de estudio; pero dadas las fechas no está de más recordar lo que hemos recabado sobre un suceso peculiar: el que hizo que las campanadas que daban paso al año 1973 fuesen retransmitidas desde Barcelona y no desde Madrid.


Por aquel entonces no había cadenas autonómicas, así que pueden imaginarse el revuelo que esto causó. ¿Había ocurrido algo en la por entonces sede de la tan temida DGS? Algunos investigadores que han recurrido a nosotros nos preguntaban si la retransmisión que hizo Radio Nacional de España pudo haber sido una grabación de otro año, quizá esperando que les contestásemos que aquella noche la Puerta del Sol estaba vacía o rodeada de “grises” esperando que ocurriese algo extraño. Pero lo cierto es que no, hubo el mismo gentío de siempre y la misma algarabía de todos los fines de año.

Ahora bien, ¿a qué se debió entonces este cambio tan prematuro, que incluso fue anunciado por la prensa el mismo día de Nochevieja? Bien… todo se debió a un inmortal, aunque de pequeña talla.

Todo se remonta a los años de la ocupación francesa de Madrid, cuando el edifico que hoy alberga el Gobierno de La Comunidad, era la Real Casa de Correos. El edificio prácticamente desde su construcción, en época de Carlos III, ya tenía cierta tendencia a ser asociado a fuerzas extrañas: se decía que el arquitecto francés Jaime Marquet no dudó en utilizar artes oscuras para quitar el proyecto del edificio a su gran competidor, Ventura Rodríguez. ¿Consecuencia de esto? El mismísimo Lucifer se habría estado apareciendo a obreros y funcionarios durante siglos.

Por cierto, ¡qué adecuado que Lucifer, el “portador de la luz” reclame como posesión suya un edificio en la Puerta del Sol!

Nos vamos acercando a lo que nos interesa. Se cuenta que un capitán de dragones francés, huyendo del famoso levantamiento contra las tropas napoleónicas, se habría refugiado en la torre del reloj del insigne inmueble. Conocedor de los trapicheos luciferinos no dudó en pedir ayuda al ángel caído para escapar de la turba y conservar la vida. Así pues, acabaría transformado en un pequeño ratón.

Dragón imperial, por Hippolyte Bellangé
Dragón imperial, por Hippolyte Bellangé (Wikipedia)

Claro, por mor de la proverbial ironía de la que hacen gala genios y demonios a la hora de conceder los deseos, el capitán habría conservado su vida como ratón, pero eternamente. Así pues los funcionarios conocedores de la leyenda habrían asegurado durante generaciones haber visto rodando por el inmueble un ratón de un color negro casi verdoso, de vientre amarillento y patas blancas: un remedo biológico del famoso uniforme de dragón. Debido a su inmortalidad, algún erudito dio en poner al animal el nombre del famoso personaje castigado por Dios a errar eternamente por la Tierra, Cartáfilo.

Lo inusual del ratón Cartáfilo, según cuentan los que allí trabajaron, es que tenía muchísima afición por el queso roquefort y el vino. ¡Ah! Y que por lo visto era capaz, aun con su garganta de roedor, de articular palabras en francés. No sabemos si lo hacía adrede o si se hallaba en posesión de un remanente inconsciente de su etapa como humano gabacho. Dicho sea de paso, muchos afirman que este ratón de tan cuidados y exquisitos gustos habría inspirado la creación por parte del Padre Coloma de otro famoso roedor, recolector de dientes.

Pero vayamos al 31 de diciembre de 1972. Situémonos en la temida Dirección General de Seguridad. Mientras los recluidos en los calabozos esperaban salir o algo peor, en los despachos se celebraba la inminente llegada del año nuevo. Ya se sabe: tortilla, jamón, queso, chacinas varias… y una rareza como podía ser una flamante botella de Veuve Clicquot que un funcionario se había traído de unas vacaciones en París.

El buen Cartáfilo, de agudos sentidos, habría escuchado el familiar sonido del descorche de una genuina botella de champán. Por supuesto, esa tentadora llamada de la antigua patria sería difícil de resistir por lo que, en cuanto vio una copa desamparada, procedió a beber su contenido con devoción.

Como bien se habrán imaginado, una sencilla copa para un ratón es un equivalente de un barril para un cuerpo humano, así que el pobre Cartáfilo, henchido de burbujas y orgullo patrio, comenzó a gritar con su potente pero aguda vocecilla mientras corría por la DGS.

Recreación photoshopeada del aspecto de Cartáfilo
Recreación photoshopeada del aspecto de Cartáfilo

Vive la France!! Vive Napoleon!! – y en un rapto de entusiasmo preimperial añadió- Vive la République!!!

Imagínense el revuelo que pudo causar entre los prisioneros de los sótanos del lugar escuchar una vocecilla de otro mundo gritar por entre las paredes las bondades de la república en plena España del “Antiguro Régimen”. Según nos han contando aquello casi acabó en motín. Lo que nadie nos ha contado es cómo fue “sofocado”.

Claro está el director de la DGS, Blanco Rodríguez, pidió explicaciones y, aunque los más antiguos funcionarios trataron de explicar el asunto ratonil, se prefirió escuchar a algunas voces más tradicionales que hablaban del Lucifer al que convocó Jaime Marquet. No se tardó en llamar a un exorcista.

Por supuesto, toda cámara que estuviese instalada en la zona para retransmitir las campanadas fue retirada por mandato urgente y mayor. Eso de rodar una posible revuelta iniciada por un ratón inmortal y a punto de ser sofocada por un exorcismo podía dar muy mala imagen.

No trascendió el nombre del sacerdote y la única declaración que conseguimos fue la de un archivista que dijo. “Para lo que sirvió hubiese dado igual que hubiesen llamado a don Marcelino”. Para las nuevas generaciones diremos que Don Marcelino era el cura de la serie “Crónicas de un pueblo”.

Al bueno de Cartáfilo los latines del pater le daban lo mismo, así que seguía invocando sus vivas al Emperador y a la República Francesa tabique tras tabique. Comprensible era el nerviosismo de los trabajadores que tendrían que haber llegado a casa hacía ya horas, comprensible también era el nerviosismo de la cúpula de la Gobernación, que veía cómo la gente se iba juntando para poder tomarse las uvas.

Seguramente fue por puro hartazgo que una antigua mecanógrafa, conocedora de la leyenda y aun más del idioma del roedor, se plantó en un rellano y comenzó a recitar lo siguiente:

-Soldats! Je suis content de vous. Vous avez à la journée d’Austerlitz, justifié tout ce que j’attendais de votre intrépidité ; vous avez décoré vos aigles d’une immortelle gloire…

La batalla de Austerlitz, por  François Pascal Simon Gérard
La batalla de Austerlitz, por François Pascal Simon Gérard

En efecto, era el discurso triunfal del mismísimo Napoleón tras la batalla de Austerlitz. Nos han contado que, a medida que el discurso avanzaba el ratón apareció por un agujero en la pared y fue acercándose poco a poco a la mecanógrafa, mostrando un interés reverencial por aquellas palabras que, seguramente y como soldado veterano, había oído de la voz del propio corso. Finalmente, cuando se llegó al famoso Voilà un brave!, Cartáfilo no pudo reprimir un Vive la France!, que fue interrumpido a la mitad cuando la mecanógrafa lanzó al ratón la funda vacía de una máquina de escribir portátil.

A todo eso eran ya las once y cuarto de la noche.

Con Cartáfilo capturado se pensó qué hacer con él. Algunos pensaron en cometer una barbaridad, pero con muy buen seso el sacerdote que hacía las veces de exorcista aclaró que el ratón seguía teniendo el alma de un humano y no convenía saltarse el quinto mandamiento. La mecanógrafa tuvo que salir al rescate diciendo que no muy lejos de la Gobernación se encontraba el número ocho de la Calle Arenal, supuesto hogar del Ratón Pérez. ¿Qué mejor lugar para trasladar al ratón?

Hoy, como es bien sabido, en la Calle Arenal se encuentra un museo dedicado al ratón Pérez en el que se puede ver su casa. Aunque, la verdad sea dicha, en la Academia seguimos llamando al inmueble “La casa de Cartáfilo”. De hecho, cada 31 de diciembre uno de nuestros académicos se acerca al museo antes del cierre y deja una pequeña botella de champán tras la puerta, que es saludada con un agudo Vive la République!

Una vez aclarado el misterio sólo nos queda por decir ¡FELIZ NAVIDAD DE PARTE DE LA ACADEMIA!

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