Aquí tenemos el final de la entrevista con un vampiro español que nos llegó hace tiempo. Recordamos que el lector verá la transcripción de una grabación. Asimismo emplazamos al lector a releer la primera, segunda y tercera parte de esta singular conversación.
Yo: No tan feliz. Que yo sepa Martín fue juzgado por rebelarse y no devolver sus posesiones a la corona.
SDH: … y por saltarse la prohibición real de “esclavizar” a los indios. Léase entre líneas el sentido de “esclavizar”, que teniendo en cuenta de lo que estamos hablando ya se habrá imaginado que tiene otro significado. Las relaciones entre los vampiros de allí y los de aquí siempre fueron duras. Las guerras de independencia dejaron el terreno libre y ahora, libres de intervención peninsular, ni se imagina lo lejos que han llegado esos: Cortés, Pizarro, Ponce de León – por cierto, ya se imagina qué “fuente de la eterna juventud” encontró- incluso Lope de Aguirre.
Yo: Vamos, que no le llamaban “La cólera de Dios” por los motivos que sabemos.
SDH: Exacto. Es verdad que muchos, como indianos, volvieron y prestaron buenos servicios a la causa. Pero, ¿qué quiere que le diga? Allá ellos con sus negocios, su “El dorado” y sus cacicadas, aquí tenemos bastante con lo nuestro. “Cada uno en su casa y Dios en la de todos”.
(Se escuchar un rasgueo de tela, es el Señor de Haro mirando por la ventana).
SDH: No sé si está dando cuenta de que empieza a clarear. Dese prisa en preguntarme, si no quiere encontrarse con un montón de cenizas a sus pies… y no siga con América, ese ya no es mi terreno.
Yo: Después de todo esto me pregunto en qué conspiraciones han participado.
SDH: En menos de las que usted espera. El final del siglo XIX fue una buena época, pero estuvimos más ocupados tratando de sobrevivir que participando activamente en la historia de este bendito país.
Yo: ¿Seguro? Da la impresión de que su actividad cesó de repente.
SDH: Nos sobornaron. Buenas casas, buenas fiestas, buenas presas… Ya sabe, “por los servicios prestados”. A cambio nosotros debíamos estar dispuestos a no convertir a nadie.
Yo: “Debíamos estar dispuestos”…
SDH: Algunos se saltaron la prohibición. Melancólicos, románticos, ya sabe… eso del amor más allá de la muerte. ¿Quién nos iba a decir que llegaría el momento en el que habría más muerte que amor?
Yo: Siguiendo los acontecimientos como los estoy siguiendo supongo que hablará de la Gran Guerra.
SDH: Para mis colegas europeos sí, pero aquí aquella época fue un oasis de paz. Lo de la Gran Guerra tiene algunos puntos oscuros, pero que yo sepa no intervenimos. Yo me refería… ya sabe…
Yo: Me lo puedo imaginar. ¿Cómo les afectó?
SDH: De una manera insospechada… pero a la vez bien previsible. Nos dividimos según los bandos, como todos en este bendito país. Sabe que voy a pasar de puntillas por esto…
Yo: Me lo puedo imaginar. Pero sin embargo…
SDH: ¿Sin embargo?
Yo: He escuchado historias referentes a otra guerra.
SDH: Me alisté como voluntario en la División Azul. (Ríe) Se me daban bien las guardias, pero la autoridad alemana vio en mí “potencial”, así que me asignó a una división de las Waffen. No la encontrará en los libros. Se llamaba “Draugr” y estaba compuesta por gente como yo, pero de diferentes lugares: alemanes, polacos, rumanos, austríacos, belgas… fuimos muy eficientes, incluso contra enemigos como nosotros.
Yo: “Vampiros soviéticos”. Suena a novela barata.
SDH: Los había. Ya sabe: muerto Dios en Rusia, ¿quién nos iba a parar? En tiempos de Lenin alcanzaron buenas posiciones en el partido. Pero se puede imaginar quién llegó, el maldito Stalin. Era supersticioso, muchísimo, y le gustaba el poder, más todavía. Algunos desertores me contaron que tenía una lista de purgados escrita con sangre de vampiro.
Yo: Es curioso como los cuentos de terror se dan la vuelta.
SDH: (responde con pena) En efecto, en efecto. Asolamos ciudades enteras, fuimos el rayo que más brilló en aquello que luego llamarían “Blitzkrieg”… hasta lo de Leningrado.
Yo: ¿No se imaginaban la resistencia de los rusos?
SDH: (Sus ojos se encienden como brasas) No podíamos ni imaginarnos que habría algo peor que nosotros.
Yo: Yo tampoco puedo imaginarlo.
SDH: ¿Sabe que es un “Draugr”? En la mitología nórdica es un guerrero no muerto. Lo que los rusos nos echaron encima estaba muerto de verdad, pero se movía, caminaba, no le afectaba nada… y era fiero, muy fiero. Lo más curioso era que… ¿sabe esa leyenda errónea según la cual nosotros convertíamos a nuestras víctimas sólo con morderlas?
Yo: (Ruido de asentimiento)
SDH: En este caso era cierto.
Yo: Eso sí que me suena a película, de hecho, a una que vi hace unos años. Pero esa película era americana.
SDH: Con el tiempo supe que los soviéticos planeaban crear vampiros de laboratorio, pero no les salió nada decente. Lo mejor que tenían eran estos muertos vivientes… y nos los soltaron así, sin control. Después de lo Leningrado los usaron en más partes. Algunos de ellos se escaparon, otros se rebelaron contra sus propias divisiones. Lo último que escuché es que los soviéticos tienen un grupo especial dedicado a acabar con esas cosas para que no se propaguen por ahí. Piense ahora en el “telón de acero”… y busque otro sentido. (Se acercó a la ventana). Monstruos nuevos llegan, y estos no temen el sol. No es por echarle, pero ya está amaneciendo.
Yo: Quedan muchas por decir.
SDH: Ya me pondré en contacto con usted y con los de su periódico cuando salga la entrevista. Eso, claro, si le creen. Por Dios, apague eso.