Uno se sorprendería al conocer qué personalidades de la cultura han estado ligadas a la Academia y qué historias nos han contado que podrían bien ser parte de uno de sus relatos. Escribo esto y recuerdo una conversación que tuve con el en su tiempo afamado y ahora tristemente olvidado Jesús de Aragón y Soldado. El buen escritor, conocido como “El Julio Verne español” tuvo entre sus conocidos a numerosos prebostes literarios y a otros autores que hoy tendrían el título de “outsiders” (permítaseme el anglicismo). Uno de ellos fue el bohemio Emilio Carrere, eso ya lo sabemos todos. Como sabemos todos que el libro más destacado de Carrere “La torre de los siete jorobados” debe gran parte de su contenido a de Aragón.
Precisamente al hilo de una conversación en torno a la relación de Carrere y de Aragón este último me contó una extraña historia que don Emilio le reveló cuando hicieron sociedad para escribir el libro. Trataré de contarla lo mejor que sé y según lo que mejor recuerdo.
De Aragón me contó que al pedir referencias a Carrere sobre los capítulos en los que se citaban extrañas invocaciones mágicas, el bohemio relató un suceso extraordinario.
Fue el uno de enero de mil novecientos catorce. Ese día vencía el dictamen de Ricardo Wagner sobre la exclusividad de representación del “Parsifal” fuera del festival de Bayreuth. La gente del Teatro Real no perdió tiempo y organizó todo para que el mismo día de año nuevo el público madrileño se deleitase con la épica obra. Don Emilio, tan justo siempre de dinero, conocía a los artesanos ocupados de la escenografía, así que asistió de manera subrepticia y gratuita al estreno junto a un amigo culto y viajado que todos conocemos por Ciro Bayo.
La expectación era máxima, máxime cuando la dirección musical de tan magna obra era encomendada a un novicio en lo que a Wagner se refiere como José Lasalle y la puesta en escena corría a cargo de alguien tan ambicioso y a la búsqueda de lo impresionante como era Luís París. Tan impresionante, tan épica, tan veraz a la vez era… que pasó algo extraño.
El propio Carrere contaba que en el segundo acto, cuando el diabólico Klingsor apareció en escena, un extraño humo negro se formó entre bambalinas. El humo dio paso a un torbellino que se coaguló en un ser algo, desgarbado, ataviado con un hábito tan negro que atrapaba la luz. Sólo, bajo su capucha, refulgían unos ardientes ojos rojos.
Antes de seguir con la historia debo hacer un inciso. Muchos especialistas y estudiosos me han contado acerca de las propiedades de la música, la escenificación y su poder de invocación. Unas notas ejecutadas correctamente, unidas a una escenografía adecuada puede crear tal vínculo místico con el público que las emociones de este pueden cristalizar creando un ser o trayéndolo de otra dimensión. No es algo que me haya inventado: está perfectamente documentado que en 1604, durante una representación de “La trágica historia del Doctor Fausto” de Christopher Marlowe, se leyó con tanta convicción una invocación en latín que el mismísimo diablo apareció sobre el escenario.
Wagner, estando como estaba imbuido del folclore germánico, quizá introdujo en su partitura algún tipo de composición primigenia que las tribus germánicas usaban para comunicarse con sus dioses o sus seres míticos en una atmósfera ritual prácticamente escenográfica. De eso estoy convencido.
Así que cuando Carrere dice que el mismísimo brujo Klingsor apareció en Madrid, en 1914, en el Teatro Real, llamado por la combinación de una correcta interpretación unida a un adecuado ambiente y fomentado por una energía multitudinaria propicia, no debo menos que creerle.
Por supuesto poca gente estaba al día de los mitos germánicos o de la leyenda de Parsifal, pero por lo visto el señor Bayo, experimentado, viajado y cultísimo, supo al punto quién era la figura que se había manifestado tras el escenario y que, con gesto enérgico, se volvió a convertir en humo negro para filtrarse por las rendijas de las paredes.
Puede parecer un título para un sainete, pero aquel frío día de año nuevo “Klingsor anduvo suelto por Madrid”.
(Continuará)