En el Himalaya uno se siente humano en su más desconectada versión: sin teléfono, sin internet, sin conexión posible y, a menudo a solas con uno mismo, uno es consciente de sus limitaciones. Y si añadimos, además, el hecho de estar rodeado por las estructuras más gigantescas del mundo es normal sentir una especie de agobio en el pecho. Aunque, dada mi anterior aventura, quizá el día en el que sentí eso me metí en otro río de agua pura sin saberlo.
Las cumbres nevadas se sucedían, los poblados pequeños, modestos pero agradables me acogían… todo era tan perfecto que a menudo me dejaba llevar por ese tópico que me pedía admirar y envidiar a esa gente sencilla. Sin embargo, sí que tienen problemas… y algunos de ellos nos harían envidiar de nuevo nuestra ajetreada y técnica forma de vida.
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